(Cuento Ganador del certamen estatal "Voces y Letras de Mi Tierra", 2016)
De J. Emmanuel Montoya Hernández
¡Hola! Mi nombre es Ikal y aunque tengo apenas seis años conozco más personas y lugares que cualquier otro porque soy un niño migrante.
Tal vez te parezca una palabra extraña y ahora mismo te estés preguntando qué significa y es que, cuando a mí me la dijeron la primera vez, me sacaron un gran susto, porque la que me llamó así fue mi maestra de preescolar.
Recuerdo muy bien ese día, yo tenía cinco años cuando llegamos a San Juan, mi mamá me dejó en el salón de clases y apenas se fue, la maestra me tomó de la mano, me llevó a un lado de su escritorio y dijo – Niños pongan atención, les presento a Ikal, él va a ser su nuevo compañero, acaba de llegar a la comunidad porque es migrante.
¿Migrante? — Pensé ¿acaso aquí nos dejan decir malas palabras? –. Pero como era mi primer día, no me atreví a preguntar, qué significaba eso que había dicho la maestra, para mi buena suerte, uno de los niños que estaban en el salón se atrevió, levantó la mano y después preguntó:
— ¿Qué es un migrante? — Entonces, la maestra respondió:
— Un migrante es una persona que va de un lugar a otro, por ejemplo, si tú, Luis, te fueras a vivir a otro lado, estarías migrando y eso te haría un migrante-. Después de eso, la maestra me pidió que tomara una silla y me sentará para empezar a trabajar.
Esa mañana estuve muy callado porque aún no me sentía con mucha confianza de platicar con mis nuevos compañeros. Cuando llegó el recreo, me di cuenta de que los otros niños me veían y se hablaban al oído, luego, todos juntos fueron al salón con la maestra, ella salió y me habló.
Cuando estaba adentro del salón, la maestra me dijo:
— Tus compañeros tienen mucha curiosidad de saber que se siente ser un migrante y
quieren que nos cuentes –. Aunque yo tenía mucha pena, recordé que mis papás siempre me decían que tenía que hacer caso a la maestra y como ella me lo pidió, volteé a ver a mis compañeros que estaban sentados y les empecé a platicar, les dije que cuando a mi papá se le acababa el trabajo en algún lugar, nosotros nos teníamos que cambiar de casa en busca de un lugar nuevo donde pudiera trabajar. Todos mis compañeros comenzaron a hacer preguntas y eso me emocionó mucho, porque al poco tiempo, me hicieron sentir parte del grupo.
En casi todos los lugares que habíamos vivido, nos quedábamos muy poco tiempo, en varias ocasiones, escuché decir a mi mamá que lo más que durábamos, eran seis meses, pero esta vez, nos quedamos mucho más tiempo, yo entré a primero de primaria y seguíamos vivíamos en San Juan. Mis compañeros seguían siendo los mismos que tenía en el preescolar, además de otros pocos, que llegaron después.
Para mí, este era el mejor lugar en el que había vivido, ya tenía muy buenos amigos, mi papá tenía trabajo y mi mamá ya tenía muchas plantas en la casa.
Todo marchaba bien, hasta que un día, cuando llegué de la escuela, escuché que mi papá le dijo a mi mamá que nos teníamos que ir de ahí. Esas palabras me cayeron como un bote de agua fría, entonces dejé mi mochila y fui a sentarme en el columpio que me había puesto mi papá, en el mezquite de afuera de la casa.
Toda esa tarde estuve muy callado, y aunque mi mamá me preguntó qué tenía, yo le respondí que nada, que solo estaba cansado de jugar.
A la mañana siguiente, mientras estaba en el recreo, sentado en una banca, Luis se acercó a mí y me dijo – Hoy has estado muy lejos de nosotros ¿no tienes ganas de jugar? – Yo le contesté que no y él me dijo, que si me sentía enfermo le dijera a la maestra, para que me dejara ir a mi casa, entonces me puse de pie y le contesté enojado
— ¡Ya te dije que nada más no tengo ganas de jugar! –.
La maestra me escucho y me llamó al salón, me preguntó por qué le había gritado así a Luis, yo no pude aguantarme más y empecé a llorar:
— Mi papá le dijo a mi mamá, que nos tenemos que ir de aquí y yo no me quiero, entonces pensé que como ya no voy a ver a mis amigos, era mejor enojarme con ellos para que así no me diera tanta tristeza despedirme, pero no me sirvió, porque ahora estoy más triste .
La maestra me abrazó y después dijo:
— Ikal yo sé que para ti es muy triste tener que volver a cambiarte de casa, más ahora que has vivido tanto tiempo aquí y que tienes tus amigos, pero tú sabes que es necesario que tu papá tenga trabajo para poder comprar cosas que necesitan en tu familia como comida y ropa, además ¿Sabes una cosa? Ser migrante te permite conocer muchos lugares, personas, creencias, costumbres, formas de vestir, de hablar y demás cosas, recuerda también que, aunque estés lejos, puedes comunicarte con tus amigos de aquí, con cartas o algún otro medio de comunicación–.
Las palabras de la maestra me animaron mucho, así que volví al recreo, le pedí una disculpa a Luis por haberle hablado de tan mala forma y después junté a todos mis compañeros, para contarles que otra vez me iba a cambiar de casa, pero que nunca me olvidaría de ellos, porque todos habían sido muy buenos amigos y que, como me dijo la maestra, buscaría la forma de estar comunicado con ellos.
Unos días después llegó el momento de despedirme de San Juan y de todos mis amigos de ahí, no puedo negar que sentí un poco de tristeza, pero lo que me dijo mi maestra me daba ánimos para continuar, no sabía en qué lugar iba a vivir ahora, pero, lo que si sabía era que a donde llegará me presentaría como mi maestra me enseñó:
— ¡Hola! Mi nombre es Ikal y aunque tengo apenas seis años conozco más personas y lugares que cualquier otro porque soy un niño migrante.